El arte de escuchar

Por: Abel Marcial Basurto Ramírez. Doctorado en Educación.

Los alumnos de las escuelas están perdiendo la capacidad de la expresión oral, porque no son escuchados por sus maestros. Los maestros tienen una gran tarea de rescatar esa pasión que tenían antes los alumnos de expresarse de manera feliz, ¿dónde estriba el problema?, en que no es lo mismo oír que escuchar.

Oír es el proceso por medio del cual decodificamos ruidos, sonidos, palabras, emisiones sonoras, y escuchar es un proceso más profundo que implica un grado de atención más focalizado, es no perder de vista la información que se está obteniendo a través de esas ondas sonoras. Cuando escuchamos al otro podemos acompañarlo, es poder sostenerlo y seguir la conversación aunque no tenga un final bien definido, que es tanta la ilación que se puede predecir.

Y si nos dedicáramos más a escuchar a nuestros alumnos y no solo a oírlos, sí, a escucharlos con el alma, a ir más allá, a poner oídos, ojos, mente y corazón en lo que están diciendo. En muchas ocasiones no se escucha a los niños porque se juzga o se cree que lo que ellos están diciendo no tiene una validez, arbitrariamente algunos maestros callan al niño cuando quiere expresar sus emociones o sentimientos, darnos ese espacio para ver que desea transmitir el niño y no interrumpirlo de manera abrupta, como si su voz no tuviera valor.

Si observamos a los niños en el salón de clases o en el recreo, ellos tienen unos diálogos maravillosos, ellos se comunican entre sí de una manera asertiva. Entre ellos se dan sus tiempos de escuchar al otro, de estar presente en el diálogo, y posteriormente comunican a los adultos alguna información que el otro niño no desea o no puede expresar, o llegan narrando a los padres fíjate que mi amigo ‘x’ me contó que ‘y’ así vamos dándonos cuenta que el niño necesita ser escuchado en el ámbito familiar, escolar y social.

Este artículo se enfoca al ámbito escolar en donde es el maestro o los maestros que conviven una buena parte de tiempo con ellos, de ahí la necesidad de saber escuchar dando un tiempo, teniendo contacto visual, afirmando lo que se está diciendo, cuestionando en algunas ocasiones, y aportando a lo que el niño está comunicando.

Desafortunadamente en el la época actual se está perdiendo la capacidad de comunicar de manera oral, los niños se encuentran aislados o ensimismados en un celular o en una tablet, situación que desfavorece la capacidad de la expresión oral.

Y si a esto le sumamos que el maestro del aula se dedica a hacer un monólogo de su clase, a hacer un soliloquio, complicada situación.

Se necesita que el niño se exprese, es de ahí de donde el maestro puede obtener información muy valiosa para mejorar su práctica educativa, todo lo que el niño comunica tiene un sentido para él, por ello se atreve a expresarlo. Algunos niños hablan de su familia, otros de sus proyectos de vida, algunos más de mascotas o viajes, es esta una gran oportunidad para indagar más y hacer descubrimientos valiosos, pero se necesita paciencia, se necesita una conexión humana, para dejar que el niño hable, y no creernos dueños de la verdad o de la clase.

Si no, damos la oportunidad de que el niño se exprese de manera oral seguramente tendremos en un futuro adultos con muchas complicaciones para comunicarse, con miedo a hablar en público, con pánico escénico, tomando cursos para hablar en público, de oratoria, de comunicación asertiva, cuando es algo que se debe dar de manera natural.

Desde los 18 meses el niño empieza a decir sus primeras palabras, y desde entonces hay contacto con frases como cállate, ¡ah qué latoso eres!, ¡guarda silencio!, y así se van formando los obstáculos de comunicación. Necesitamos oportunidades para que él se desenvuelva, y la escuela es una buena oportunidad si el maestro asume el rol de un buen promotor de la comunicación oral, haciendo hincapié que para que el niño tenga ganas y se sienta motivado a expresar.

Necesita de alguien que lo escuche con interés genuino, destacando que el niño tiene las mismas emociones que los adultos: miedo, amor, tristeza, ira, felicidad, que no es un ser que no siente, o que no comprende lo que está pasando en su entorno.

Claro que lo comprende, y necesita no ser ignorado por su maestro cuando quiere hablar, muchos menos que se burle de cómo se expresa, escuchar es un arte y como maestros necesitamos convertirnos en artistas. Bien decía Goethe “Habar es una necesidad, escuchar es un arte”, o lo que dice el Dalai Lama, “Cuando hablas, sólo repites lo que sabes; pero cuando escuchas, quizás aprendas algo nuevo”, y de eso se trata de cada día conozcamos más a nuestros alumnos y aprendamos algo nuevo de ellos, que nos ayude a entenderlos para hacer de ellos una historia de éxito.

Si cada día ponemos en práctica el arte de escuchar, seguramente se facilitará el proceso de enseñanza y de aprendizaje en aula. Podemos crear historias, narrar cuentos, platicar sobre nuestra historia de vida, hablar sobre los gustos, ¿por qué no? de los miedos o temores. Hablar sobre de lo que pasa en la casa.

Pero vivimos en mundo tan de prisa, un mundo tan voraz, que ya a la gente no le gusta casi hablar, ya prefieren estar texteando. Quizás sea un mecanismo de defensa para protegernos de aquellos que no saben escuchar. Quizás sea un mecanismo para no sentirnos ignorados, y por lo tanto mejor pedimos un examen escrito que un examen oral. Decidimos mandar un correo que hacer una videollamada. Decía Einstein, Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad, el mundo el mudo sólo tendrá una generación de idiotas”, palabras fuertes pero que se están cumpliendo.

Lo que necesita el maestro emocionarse, mostrar agrado y fascinación cada vez que sus alumnos le quieran contar algo, decir me encanta que me cuentes, disfruto escucharte, adelante, sigue, cuéntamelo todo dijeran los terapeutas, y no mostrar esa prisa, esa ansiedad porque termine de hablar el otro, dejar de interrumpirlo.

Nos hemos vuelto tan intolerantes a la escucha que cuando el otro nos quiere hacer una narrativa o una descripción de lo que le aconteció o de lo que necesita, se escuchan frases como al grano, a lo que te ‘truje Chencha’, sin tantos rodeos o ya no le pongas tanta crema a tus tacos y dime lo que queréis. No podemos actuar así, si no en poco tiempo tendremos una generación de mudos, y no lo digo porque no sepan hablar si no porque creen que no tienen nada interesante que aportar.

Si bien hay niños o jóvenes que cuentan historias fuera de contexto o realidad, en esas historias también hay información valiosa que rescatar, y tomar en cuenta, el maestro puede redireccionar esas historias o información. El maestro puede crear un espacio de análisis, e ir haciendo que el chico tenga más contacto con la realidad, pero vuelvo a hacer hincapié en que necesitamos volver unos expertos en el arte de escuchar, detenernos escuchar con orejas, ojos y corazón con lo hacen los monjes tibetanos.

El aula se puede volver un espacio en donde dé gusto hablar porque sabemos que hay alguien que le encanta escucharnos, y ese alguien es el maestro. Dejar de ser un maestro castrante: cállate, siéntate, guarda silencio, el que esté hablando lo saco del salón. Hacer del aula un espacio en donde el niño se pueda expresar con total libertad.

Se concluye que es una necesidad imperiosa de que los maestros  sepan  más escuchar a sus alumnos. Les den un acompañamiento más cálido, fortalezcan su autoestima, que muestren interés en lo que quieren y desean expresar. Se deben de crear ambientes que favorezcan la expresión oral, pero sobre todo trabajar en volverse unos apasionados del arte de escuchar a sus alumnos y así volveremos a tener alumnos ávidos de querer expresarse, de querer externar sus puntos de vistas.

Sí se puede, cuando haya interés y preparación, entonces se podrá rescatar la posición de escucha del maestro.

(Asesoría del Dr. Jaime Talavera Espino. IMCED plantel Pacífico Guacamayas)

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