Y a los mineros ¿Cuándo les piden perdón?

La Prensa / Opina

A 50 años de la tragedia en la empresa paraestatal Minera de Guadalupe, en muchos discursos, notas de prensa y editoriales, continúan calificando esta tragedia como un “aniversario luctuoso”, lo que significa que se celebra la tristeza, el dolor o el luto. Definitivamente, no es un aniversario luctuoso, sino un Memorial. Es decir, traemos a la memoria lo que entonces sucedió.

Cuando la explosión en las Minas de Guadalupe, ya habían muerto más de 2 mil 500 mineros del carbón y la diferencia, entre este y cualquier otro de los anteriores eventos es que “fue portada de la revista Life”, que de vez en cuando se muestra con cierto orgullo. Lo que es cierto, es que ya entonces y desde hace mucho, la muerte de los mineros del carbón estaba “naturalizada” en esta región y será hasta Pasta de Conchos, en que, la muerte de los mineros se analice en el marco de las normas de seguridad e higiene en que suceden los eventos morales y desde entonces, la lectura de estos eventos ha cambiado.

Pero hace 50 años es mucho tiempo y no hay información. Por increíble que parezca, ni siquiera se sabe cuántas mujeres quedaron viudas, cuántos huérfanos, cuántas familiares fueron afectados (cuando menos debieron ser más de 3 mil personas si sacamos la proporción respecto de Pasta de Conchos), ni se sabe dónde están las Actas de la Comisión Mixta (si es que existía), o sí la mina fue inspeccionada. No se sabe nada, porque en realidad, a nadie le importaba. Y datos fundamentales, han sido omitidos cuando se escribe sobre esta tragedia.

Sabemos que los trabajadores estaban sindicalizados en el Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana, encabezado en ese entontes y desde hacía muchas décadas por Napoleón Gómez Sada, quien no se presentó en la mina. En ese entonces, como ahora su hijo, era Senador, y atender una tragedia de esta envergadura no estaba en su agenda.­ De hecho, no existe un solo comunicado, una propuesta legislativa, una denuncia pública ni por este, ni por ninguno de los eventos mortales anteriores, porque los mineros del carbón solo eran parte del negocio de un sindicato corporativo.

Los trabajadores de la Mina de Guadalupe, no estaban registrados en el IMSS. Esto significa, que trabajaban solo por su sueldo sin ninguna prestación social. En defensa de esta aberración, se dirá que la empresa dotaba de servicios médicos, cierto, pero insuficiente, porque no tenían prestaciones sociales, pero además, las clínicas eran subrogadas al mismo sindicato, así que cada vez que se enfermaba o accidentaba un trabajador, un familiar o nacía un niño, el sindicato ganaba dinero. Obviamente,  las mujeres y las/os hijos de los mineros que fallecieron no tuvieron pensión, ni servicios médicos, ni indemnizaciones, ni nada. Fueron abandonadas a su suerte.

Pero no solo eso, a muchas les quitaron las casas en la que vivían porque “el esposo no termino de pagarlas”. A las que se negaban a salirse, les desmantelaron las casas quitando puertas, ventanas y los techos de láminas para obligarlas a quedarse en la calle. Las casas fueron revendidas y a ellas ninguna autoridad las ayudó.

Llegó mucha ayuda de fuera. La solidaridad fue increíble, pero en manos de corruptos, como lo son en el Sindicato Minero -ahora encabezado por Napoleón Gómez Urrutia-, a las viudas les “repartían migajas”, solo de vez en cuando “les daban despensas”. Hasta las máquinas de coser que llegaron de Texas para que las mujeres pudieran ayudarse haciendo ropa o cortinas o vendiendo la máquina o lo que ellas quisieran hacer, se las quedó el sindicato.

De nada les sirvió a las mujeres acudir al sindicato, ni con el padre, ni con el hijo. A ambos les pidieron ayuda. Con el primero, se perdieron todos los documentos que ellas entregaron, y con el segundo, ni siquiera les respondió. Como dice María Inés, viuda de Sixto Robledo: “Sí tenían sindicato, pero no tenían derechos, yo solo me quedó con la ficha con la que él cobraba. No me quedó nada más. No hubo nadie que nos ayudara. Al menos está bien que alguien cuente nuestra historia”[1].

Pareciera que, lo que Sixto Robledo trabajador fallecido en la Mina de Guadalupe, vivía de manera cotidiana, poco o nada tiene que ver con los discursos que se han ido construyendo a lo largo de la historia para explicar esta, o la muerte de cualquier otro minero.  Al referirnos a los mineros del carbón como ¨héroes” con calificativos de “valientes”, “desafiantes de la muerte”, “hombres que se sacrifican por la Nación”, “anónimos pintados de negros”, “prometeos”, incluso peor, atribuyen su muerte a las “fuerzas del maligno”, a la “mala suerte” o al “destino”, y al mismo tiempo, siempre se espera que sea Dios quien lo salve, total si no sucede, entonces también se le puede echar la culpa.

Y en estos discursos y expresiones construidas socialmente en las que, detrás de una masculinidad exacerbada y de una teología de caricatura, se ocultan a las víctimas y a sus familias, también como se puede leer en el testimonio de María Inés, victimizadas.

Quizá después de 50 años de la tragedia en la Mina de Guadalupe, ayudaría que al menos, en lugar de colocar coronas de flores, les pidan perdón. Ya que se han puesto de moda dichas solicitudes.

Nada remedia lo que les han hecho a estas familias, es inimaginable el sufrimiento y todo lo que tuvieron que hacer por la negligencia de la empresa y del sindicato de no inscribir a los mineros ante el IMSS, de quitarles sus casas, de no entregar lo que solidariamente se les envió. Pero no es suficiente, el Municipio de Muzquiz y el Gobierno de Coahuila, como siempre lo hacen, se desentienden -por decir lo menos- de sus facultades para aligerar un poco el sufrimiento de estas familias. Así que también,  50 años después también deben pedir perdón.

Nada que celebrar, no hay “aniversario luctuoso” sino Memorial.

En el caso del “jueves negro” en la Sicartsa que algunos escupen que porque fue resultado de impulso de gobiernos del PRI, y la prefieren con el nombre de ArcelorMittal, aunque se lleve las ganancias del país a Luxemburgo-Londres, mejor ni mencionar.

Ahí ni pensar en que los culpables, pidan perdón. El gobierno federal panista de entonces culpó al gobierno estatal, y éste al de arriba “de gancharlo”, y pues ya ven, el titular del ejecutivo estatal de entonces, del linaje Cárdenas, hoy es el coordinador de los asesores de Andrés Manuel López Obrador, así que impensable la posibilidad de un perdón.

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